lunes, 9 de diciembre de 2013

La lamia enamorada. Mitología vasca.



La lamia enamorada. Mitología vasca.

"Una vez un joven pastor de Orozko, en Bizkaia, llamado Antxon, andaba por el monte con su rebaño cuando oyó un canto maravilloso, y quedó tan asombrado que se olvido de las ovejas y se dirigió hacia el lugar de donde provenía la voz.
Al separar unos matorrales vio algo que le dejó boquiabierto. Sobre una roca enclavada en medio de de rio estaba sentada la joven más hermosa que jamás había visto. Tenía el cabello largo y rubio, tan largo que le llegaba a los pies…Se peinaba con un peine de oro mientras cantaba una extraña melodia.Antxon no podía apartar sus ojos de ella.
En eso, la joven dejó de cantar y dirigió su mirada hacia los matorrales. Al ver al joven pastor se zambullo fugazmente en el rio. Al poco sacó la cabeza del agua, escondiéndose tras la roca, asomándose temerosamente…mientras el muchacho contemplaba, atónito, el juego. Finalmente, no volvió a esconderse y abriendo sus grandes ojos transparentes la preciosa lamia preguntó:
-¿Quién eres?El pastor permaneció mudo.

-¿Quién eres?- insistió la joven

-Antxon, Soy Antxon-acertó a responder al fin-. ¿Y Tú?
La joven lamia se echo a reír y no respondió, zambullendose de nuevo. El pastor esperó y esperó, pero al ver que no salia, regresó al pueblo confuso. Durante unos cuantos días no salio de casa, y no podía dejar de pensar el la joven del rio. Por fin se decidió y otra vez cogió el camino hacia el monte. A medida que se acercaba al lugar, de nuevo escucho aquel canto de los angeles, y se sintió feliz.
La hermosa joven, al igual que la vez anterior, peinaba sus cabellos rubios sentada encima de la roca junto a la cascada….Al ver a Antxon dejó de cantar y le sonrió
-Buenos dias, Antxon- dijo-.Te estaba esperando.
-¿A mi?-pregunto estupefacto.
-Si, a ti.Acércate, acércate.
Antxon se aproximó a la orilla, y allí se sentó. Pasaron las horas y ninguno de los dos hablaba, sólo se miraban.
-¿Te casarás conmigo?-.Pregunto la joven lamia cuando el sol comenzaba a ocultarse.
-Si-.Respondió Antxon.
En señal de compromiso, la joven le entrego un anillo, que el se puso en el dedo anular al instante.
Tras la despedida el joven ya en casa….
-Ama, voy a casarme- le dijo Antxon a su madre.
-Pero, hijo…,¿con quien?-pregunto su madre, asombrada, pues no sabia que su hijo tuviese novia.
-Con la joven más hermosa del mundo.vive arriba en el monte, junto al rio.
-Pero…¿quien es?- insistió la madre
-La mujer más hermosa que he visto en mi vida.
-¿como se llama?¿quienes son sus padres?
-Es la más hermosa, la más hermosa…

La madre llego a la conclusión de que su hijo estaba hechizado.Salio presurosa a la calle, habló con sus vecinos, con la abuela, con el tío, con el cura….todos le aconsejaron de forma distinta:Si es bruja, esto..Si es Lamia,lo otra..Si es extrangera, aquello….finalmente el hombre más viejo de Orozko dió también su opinión.
-Si es lamia, tendrá los pies de pato-sentenció…
La madre regresó a casa e hizo prometer a su hijo que miraría los pies a su novia.Despues de mucho insistir, Antxon prometió que asi lo haría, miraría los pies a su hermosísima novia.
De pronto, se apoderó de el un gran deseo de verla de nuevo, y echo a correr hacia el monte.
Su enamorada se estaba bañando y jugueteaba con los peces, entraba y salía del agua como un delfín y su risa era como el sonido de mil cascabeles.Se acercó silenciosamente, queriendo darle una sorpresa pero…..ahi! los pies de su amada no eran como los de todo el mundo!
-estaré soñando?-se preguntaba,incredulo…
Los pies de la joven parecian patas de pato, definitivamente eran pies de pato! Antxon se quedó paralizado por el estupor y después regreso al pueblo con el corazón destrozado. Al entrar en casa su madre que le esperaba, notó que algo extraño sucedía.
-¿Y qué, hijo? ¿Que ha pasado? ¿Has visto sus pies?-le pregunto impaciente.
-Son como los pies de los patos…-murmuro el joven.
-Es una LAMIA! No puedes casarte con ella! lo oyes!, los humanos no se casan con las lamias.

Antxon, presa de gran tristeza, se metió en la cama y enfermó. La fiebre le hacia delirar, veía el rostro de su amada y oía su voz llamándole..:”Zatoz,maitea,zatoz”(”Ven,querido,ven”). Pero él nunca volvió, porque murió de pena.

El día del entierro la lamia acudió a la casa de Antxon, se acercó al lecho, lo cubrió con una sábana de oro y besó sus fríos labios. Siguió al cortejo fúnebre hasta la puerta de la iglesia, pero, como todo el mundo sabe, las lamias no pueden entrar en las iglesias, entonces regresó al monte llorando por su amor perdido. Tanto y tanto lloró que, en el lugar donde cayeron sus lágrimas brotó un manantial que recuerda para siempre el amor imposible entre la lamia y el pastor.”

miércoles, 30 de octubre de 2013

Apolo y Dafne



Apolo y Dafne es un relato perteneciente a la mitología griega que a través del tiempo ha sido narrado por autores helenísticos y romanos en forma de viñeta literaria. Ovidio relata el mito en el poema Las metamorfosis.

La historia del dios Apolo y la ninfa Dafne ( ninfa cazadora consagrada a Artemis, que rechazaba cualquier tipo de amor masculino, y, por supuesto, no quería casarse), dicha historia  trata de una de las desdichas amorosas que sufriera Apolo a causa de su vanidad, por burlarse de Eros.
Según cuenta una leyenda griega, Apolo en un viaje se topó con una serpiente Pitón, que se escondía en el monte Parnaso, y como buen cazador, quiso darle muerte. Logró herirla con sus flechas y siguiendo los rastros de sangre que la bestia había dejado, llegó al templo de Delfos, donde acabó con ella mediante varios disparos de flechas.

Delfos era considerado un lugar sagrado,  donde los dioses acudían a pedir consejos a los oráculos de la Madre Tierra. Por ello, aquellos dioses se sintieron ofendidos de que se hubiese cometido semejante atrocidad en el Templo, así que ordenaron a Apolo que reparase de alguna manera lo que había hecho, pero el dios se opuso y hasta reclamó Delfos para sí.

Se apoderó del oráculo y fundó unos juegos anuales que debían celebrarse en un gran anfiteatro, en la colina que había junto al templo. Orgulloso Apolo de la victoria conseguida sobre la serpiente Pitón, se atrevió a burlarse del dios Eros por llevar arco y flechas siendo tan niño.Dime, joven afeminado: ¿qué pretendes hacer con esa arma más propia de mis manos que de las tuyas? Yo sé lanzar las flechas certeras contra las bestias feroces y los feroces enemigos. [...] Conténtate con avivar con tus candelas un juego que yo conozco y no pretendas parangonar tus victorias con las mías. El irascible Eros se vengó de él tomando dos flechas, una de oro y otra de hierro. La de oro incitaba al amor, la de hierro incitaba al odio. Con la flecha de hierro disparó a la ninfa Dafne y con la de oro disparó a Apolo en el corazón, que le hizo enamorarse de la ninfa locamente, mientras a esta  disparada por la otra flecha,  le hizo odiar el amor y especialmente el de Apolo.

Impulsado por el hechizo de la flecha de Eros, Apolo persiguió sin cesar a Dafne, quien huía constantemente de él. Pero con el tiempo las fuerzas de la ninfa para huir fueron abandonándola y viendo que Apolo se acercaba cada vez más; que le  pidió ayuda a su padre, el río Peneo de Tesalia. Éste oyó su llamado y  de repente, su piel se convirtió en corteza de árbol, su cabello en hojas y sus brazos en ramas. Dejó de correr ya que sus pies se enraizaron en la tierra. Apolo en un último intento desesperado por alcanzarla,  abrazó las ramas, pero incluso éstas se redujeron y contrajeron. Como ya no la podía tomar como esposa, le prometió que la amaría eternamente como su árbol y que sus ramas coronarían las cabezas de los héroes. Apolo empleó sus poderes de eterna juventud e inmortalidad para que siempre estuviera verde.
Este nuevo árbol contiene el  corazón de su amada , y abrazando las ramas con cariño, lo besa, pero aún siendo  árbol, Dafne  rechaza sus besos.

Como consecuencia de este lance, el laurel, que es la variedad del árbol en que se convirtió Dafne, es la planta dedicada a Apolo, y  en recuerdo de su amor por ella, una corona de laurel era el premio que recibirían los ganadores de los juegos que había fundado.

sábado, 10 de agosto de 2013

EL SOL ROJO- LEYENDA GUARANÍ


Entre los indios mocoretaes había uno, joven, aguerrido y valiente llamado Igtá (hábil nadador) que amaba a la más buena y hermosa de las mujeres de su tribu, Picazú (paloma torcaz), y quería casarse con ella.
Los padres de Picazú consintieron en que se realizase tal boda; pero siendo necesario para ello la aprobación de la Luna, llamaron al Tuyá (adivino) de la tribu para que la consultara.
Era una noche plácida y serena. La luz blanca, clara, brillante y hermosa de la Luna iluminaba los campos y las tolderías de los indios. Y el Tuyá interpretó:
-Esa luz que nos envía la Luna significa que ella aprueba satisfecha la boda de Igtá y Picazú.
Entonces, el Jefe de la tribu ordenó a Igtá demostrase a todos que en verdad era digno y merecedor de tomar compañera. Para ello debía arrojarse a las aguas de la laguna y nadar durante largo rato. Después, ir en busca de un gran número de presas de caza.
Igtá, que era excelente nadador y había cazado mucho desde su niñez, realizó las pruebas con el mayor éxito, pues nadó cuanto se lo pidió y trajo entre sus brazos abundante caza.
Las ceremonias de la boda realizáronse una noche, después de tres lunas. Se encendió una gran hoguera, a cuyo alrededor todos los indios comían, bebían, bailaban y gritaban, festejando tan grande acontecimiento.
Pero algo faltaba para que Igtá y Picazú fueran felices: tener la seguridad de que Tupá, su dios bueno, había aprobado también la boda. Y esperaron.
¡Cuál no sería su pena y desconsuelo, cuando llegada la noche siguiente comenzó a caer una copiosa lluvia! Eran las lágrimas de Tupá las que caían sobre la tribu para significar el descontento y desaprobación del dios por haberse realizado la unión de los jóvenes indios.
Igtá y Picazú no podían, pues, continuar unidos perteneciendo a la tribu. Debían huir y arrojarse a las aguas de la laguna. Allí había una isla donde moraban todos los que se habían casado contrariando la voluntad de Tupá. Los dos debían ir a esa isla para no volver jamás.
Al día siguiente cesó la lluvia. Y por la tarde, a la hora en que el sol iba a ocultarse en el ocaso, Igtá y Picazú se arrojaron al agua y comenzaron a nadar.
Los indios de su tribu, reunidos a orillas de la laguna, viéndolos alejarse lentamente, los injuriaban y maldecían para aplacar el enojo de Tupá y evitar sus castigos, pues ésta era su creencia.
Igtá, hábil nadador, consiguió nadar buen trecho, ayudando también a su infortunada compañera. Poco faltaba a Igtá y Picazú para llegar a la isla sanos y salvos, cuando una nueva desgracia cayó sobre ellos: Ñuatí (Espina), un guerrero malvado de la tribu, les arrojó una flecha. Todos los indios lo imitaron, y entonces fue una lluvia de flechas la que llegó hasta Picazú e Igtá, quienes, heridos quizás por ellas, desaparecieron de la superficie de las aguas.
En ese preciso instante el sol, que se hundía en el horizonte, tomó un intenso color rojo; y su luz tiñó la laguna e iluminó de rojo los campos y el cielo.
Esto llenó de asombro a los indios, los que, atemorizados, huyeron velozmente, alejándose de la laguna.
Mientras tanto Igtá y Picazú, ayudados sin duda por Tupá porque eran buenos, lograban salvarse y llegar a la isla, donde podrían al fin vivir felices, pues se amaban mucho.

jueves, 25 de julio de 2013

LA LEYENDA DEL AMOR ETERNO


Tiempo atrás, en una época donde  los sueños y las ilusiones se mezclaban en armonía con la realidad,  vivía una jovencita hermosa, dulce, de gran corazón , que con emoción esperaba a  su amado, bajo el cobijo de un gran árbol. Ella esperaba, mientras muchos intentaron conquistar a tan linda joven , siempre había alguien que le prometía cosas, pero ella siempre sonreía y seguía esperando aquel amor tan anhelado, en verdad estaba enamorada de esa persona, a la  que  esperaba día tras día.
Un día, un apuesto joven se aproximo al árbol y ella con emoción se levantó y se acercó a él diciendo: 
Te he esperado tanto tiempo, en mis sueños siempre estás y ahora soy feliz porque te he visto llegar.
Él la miró, no comprendía que estaba pasando, pero aun así no pudo evitar acercarse a ella día tras día. El tiempo pasó, y la  amabilidad y la ternura que emanaban de la joven, terminó enamorando a  aquel chico. 
Día a día se sentaban debajo del árbol y entre platicas y besos se mostraban su amor el uno al otro, ella era tan feliz que le resultaba  imposible alejarse de él, pero como siempre, o casi siempre,  hay alguien que interfiere en este amor tan puro, se alzó la guerra llevándose a su amado y separándolos brutalmente, ella lloró con decepción, él la tomó entre sus brazos y le dijo: 
-Amor mío te prometo regresar a tu lado. 
Secó sus lágrimas y ella le dijo: 
-Te esperaré, mi vida, amor mío, te esperare hasta que regreses. Los días pasaron y ella esperaba  sentada bajo en aquel árbol  que fué testigo mudo de su amor,  le esperaba,  día tras día, noche tras noche , los años pasaron y se hacía más y más vieja, su hermosura se había ido con el paso de los años,  pero aún así le  seguía esperando.  Nadie le dijo nunca qué le  había pasado a  su amado, y  ella miraba al cielo y decía: 
-Amor mío donde quieras que estés, no te olvides de mí que aquí estoy esperándote. 
El árbol se hizo más grande y ella aún seguía  esperando, pero su amado jamás llegó, el joven había muerto en esa guerra, nadie le dijo nunca de su destino, para ella su promesa era lo más importante, junto al amor tan inmenso que sentía.  
Los años siguieron pasando ya no era lo suficiente fuerte para verlo llegar, lloró porque se sentía débil, porque no podría cumplir su promesa. 
-Amor mío si llegas ya no te podré ver - decía, tanto cansancio la durmió en  un sueño eterno... al abrir los ojos se dio cuenta que la miraban, su felicidad se desbordó, su amado la miró y la tomó entre sus brazos. 
-Amor mío perdóname, te he hecho esperar tanto tiempo... 
Ella sonriente: 
-No mi amor la espera valió la pena - 
Entre lágrimas le dijo su amado: 
-Amor mío yo morí en esa guerra, quise decirte pero no pude, sólo te veía esperarme bajo la lluvia, y yo me sentía impotente, pero ahora estás aquí a mi lado, eso es lo único importante para mí. 
Ella no entendía.
-No te entiendo, amor mío... 
-Mi amor,  tú sueño es eterno, ¿lo entiendes? 
Ella lo miró y dijo: 
-Yo morí ¿verdad? 
-Si mi amor,  perdona por haberte hecho una promesa que no te pude cumplir.
Ella lo tomó entre sus brazos y le dijo:
-No amor yo te he esperado mucho tiempo y ahora quiero estar por siempre contigo. 
Él la besó y le dijo: 
-Amor mío tú sabes que yo soy tuyo para siempre y ahora será para toda la eternidad. 
Ella sonrió y lloró al mismo instante. 
-Te amo 
Y con un beso sellaron ese amor tan grande, el  que ni toda la eternidad les alcanzaría para gastarlo.
Se dice que  ahora si miras al cielo podrás ver dos estrellas que juntas brillan, intensas, con una luz tan cálida que alumbra el alma de quien las ve.

lunes, 15 de julio de 2013

La leyenda del Cardón.



Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo, aunque ya se practicaba la agricultura en los valles, la vida seguía siendo dura en los cerros y las punas, porque allí los pastorcitos sufrían la sed cuando marchaban tras sus rebaños. 
Uno de esos pastorcitos se había enamorado de una joven como el,  pero hija del curaca, el jefe de la comunidad. Cada vez que regresaba a la aldea-después de una larga jornada en los cerros-, la saludaba desde lejos; y ella le sonreía.El curaca no quería ni oir del amor entre los jóvenes. Soñaba con otro destino para su hija (Seguro el hijo de otro jefe), y odiaba al pastorcito. Quizás esa prohibición los acerco. 
El chico, un día, junto coraje y le hablo. La quería con toda su alma y no se resignaba a vivir sin ella. La joven también le confeso sus sentimientos, y, sabiendo de antemano la oposición que encontrarían, escaparon hacia la montaña. 
A la mañana siguiente, muy temprano, cuando el muchacho debió marchar con los animales y el grupo de pastores, sus compañeros notaron su falta, pero partieron igual. Rato después, el jefe se levanto para iniciar la labor del día. Advirtió la ausencia de su hija y se sorprendió, porque ella nunca faltaba a esa hora. Intuyendo algo,  mandó un chaski al cerro para saber si el pastorcito había marchado con las llamas. A la vuelta,y trás la respuesta,  ¡ no le cupo duda!, los dos amantes habían huido. Convoco entonces a sus guerreros para salir en busca de los enamorados, apresarlos y darles su merecido. 
Los jóvenes sospecharon que el airado curaca andaría tras ellos. Llevaban horas de delantera, pero conocían la firmeza y la capacidad del jefe y sus guerreros. Asustados ante la represalia que el curaca pudiera infligirles,  apelaron  a la Pachamama, la Madre de los Cerros, la protectora de los cultivos de maíz y de quinoa, la que ampara siempre a quienes le manifiestan su respeto. Tras lo cual, en lo más alto del cerro cavaron un hoyito, depositaron en él los alimentos que llevaban y los cubrieron con piedras; allí mismo hicieron una apacheta, uno de estos altares a cielo abierto que en plena montaña reverenciaban a la madre generosa. Y cuando la apacheta había tomado forma y el curaca y sus guerreros trepaban la cuesta acercándose a los fugitivos, la apacheta se abrió como un manto protector y recogió en su regazo a los dos enamorados. 
El airado jefe y sus hombres llegaron jadeantes a la cumbre, pero solo encontraron una apacheta recién hecha ¡Y ni rastros de los fugitivos! Tuvieron que volver a la aldea, y cuando el curaca finalmente se resigno, junto a la apacheta broto una nueva planta, hasta entonces desconocida, que en la sequedad de esas alturas formo un tronco grueso, espinudo, alto y recto y con sus brazos al cielo: ¡era el pastorcito convertido en cardon, agradeciendo para siempre a la Pachamama! Desde entonces, los que marchan por el cerro solo tienen que voltear un cardón para encontrar, en su esponjosa y jugosa madera que parece de papel, el agua que saciara la sed de hombres y animales. 
Y cuando las nubes se amontonan y las montañas resuenan con el trueno que anuncia la tormenta, sobre el pecho verde del cardón nace una flor blanca para anunciar la lluvia que bendecirá la tierra: es ella, la enamorada, convertida en flor por la Pachamama.

miércoles, 10 de julio de 2013

LOS AMANTES DE NAHUEL HUAPI



Durante los atardeceres rozados que se despliegan sobre el lago Nahuel Huapi, se oyen los agudos chillidos de los macáes, que llegan apurados como para no perderse ese hermoso regalo de la naturaleza. Danzan sobre el agua, mueven sus alas plateadas y desaparecen por momentos en busca de alimento para los pichones que esperan ansiosos en la orilla, bien ocultos en sus nidos.
Dicen los mapuches que si uno hace silencio y presta atención podrá ver siempre juntos a dos macáes, macho y hembra, que se demoran para despedirse del lago antes de nadar con el resto de la bandada hacia su refugio nocturno. Entonces puede reconocerse a Maitén y a Coyán. Inevitablemente, viene a la memoria del observador el espléndido Shompal-hué, espíritu del lago que los salvara en otros tiempos... Cómo no recordar aquel momento en que se amaban como hombre y mujer.
Maitén y Coyán se casarían al comenzar el verano. La novia, ayudada por el resto de las mujeres, trabajaba mucho: tejió apretadas mantas, consiguió del challafe los recipientes de barro que iban a hacerle falta para preparar el muschay. Y lo que para ella era su maravilloso secreto, había comenzado a engarzar un collar de ostras para llevar el gran día de la fiesta.
Maitén quería deslumbrar con su gargantilla, por eso salía a recoger los caracoles más raros, más bellos, más perfectos. En esa búsqueda, todos los días se desplazaba hacia las playas más alejadas. Durante muchas tardes caminaba bordeando la orilla del lago, internándose de a ratos en las laderas cuando los acantilados le salían al encuentro. Después de cada rodeo, accedía por fin a otra playa. No era fácil distinguir las conchillas deseadas entre las piedras que cubren la arena, entonces Maitén se agachaba y examinaba el terreno con sus ojos oscuros y sus dedos diestros, o se acercaba con la ilusión de encontrar allí alguna más linda, embellecida por el agua.
En esa tarea se encontraba una tarde cuando la descubrieron dos pehuenches: en cuanto la vieron, la quisieron para ellos. Se acercaron, la saludaron con cortesía y luego de una larga conversación que impactó a la muchacha, trataron de convencerla de que aceptara casarse con uno de los dos.
Maitén, antes de volverse apurada a su ruca, les explicó que estaba prometida, que restaban muy pocos días para ser una mujer casada. Además, les dijo: "Esos asuntos deben tratarse entre los padres". Y no les contó cuánto quería a Coyán porque le dio vergüenza...
Pero los pehuenches habían quedado tan prendados de la joven que no se conformaron, y para lograr el deseo de que Maitén los quisiera pidieron ayuda a una machi. La anciana sabia, prudente, les sugirió que no era tarea fácil torcer las voluntades, debían elegir con seriedad, y había que someter la decisión a un espíritu superior. Muy solemnemente les explicó que tenían que recurrir a Shompalhué, el espíritu que arremolinaba el Nahuel Huapi durante las tormentas o lo volvía manso, ahuyentado a Kûref, el frío viento. Después de hablarles claramente de las posibilidades de concreción del pedido, los despachó diciéndoles que esperaran confiados; ella haría todo lo que estuviera a su alcance.
Mientras tanto, en el hogar de Maitén seguían los preparativos, nadie se había enterado del encuentro casual de la niña con los pehuenches, y ella se iba cada vez más lejos y más feliz a buscar las caracolas que le faltaban.
Por su parte, la machi, cumplidora, comenzó con la preparación de sus hechizos y cuando todo estuvo listo salió en canoa para sorprender a Maitén. Pronto la encontró sentada en una saliente, en el momento en que sacaba el collar ya casi terminado de su bolsa para admirarlo al sol. Aseguró el remo en la costa y la saludó:
-Cómo estás, bella muchacha. ¿Cómo van los preparativos para tu boda?
-Buenas tardes -respondió Maitén probándose el collar-. ¿Cómo sabe usted sobre mi casamiento?
-Las viejas sabemos todo. También sé que desde hace días estás armando esa hermosa gargantilla: por eso te traje una caracola especial-mente bonita que encontré hace años en una pequeña playa poco cono-cida... quedaría perfecta en ese collar  metió su huesuda mano entre sus ropas y descubrió ante los ojos asombrados de la joven una valva torna-solada.
-¡Qué belleza! ¿Puedo verla, por favor?  pidió Maitén.
Y la machi se la ofreció.
La caracola era grande, ocupaba casi toda la mano de la muchacha, pero era la más delgada y liviana de todas las que ella viera. En su parte cóncava tenía un extraño dibujo rosado y gris, con un centro verdoso que semejaba un ojo. Maitén no podía desviar su mirada: la pupila brillante parecía dilatarse y contraerse, mientras su contorno se desdibujaba en el tornasol. Entonces, obnubilada, no se dio cuenta de que se adormecía, tampoco percibió cuando la vieja la empujó con suavidad hacia la canoa y la acostó en el fondo, ni siquiera se percató de que sola comenzaba un viaje hacia el interior del lago: la machi había saltado de la canoa y empujaba la embarcación alejándola de la costa, camino al reino de Shompalhué.
Coyán pescaba a un kilómetro de distancia, cerca de su ruca. Cuando levantó la vista para arrojar su línea distinguió la barca, no sabía qué había adentro pero solidariamente pensó que sería bueno interceptarla porque alguien la habría perdido. El muchacho se lanzó al agua para recuperar la canoa sin remero y no pudo creerlo: con las mejillas arrebatadas por el sol, la boca entreabierta y un collar de caracoles sobre el pecho, dormía su novia.
Sosteniéndose del borde de la canoa, Coyán comenzó a llamarla:
-¡Maitén, Maitén!  gritaba mientras se inclinaba sobre ella y sin querer le mojaba la cara, el cuello, el manto...
La muchacha no respondía, dormía profundamente mientras el sol se iba ocultando detrás de las montañas, el agua se enfriaba y Kûref, convocado, empezaba a soplar. Su fuerza hizo que la corriente arrastrara hacia el costado más rocoso de la montaña la canoa a la que se aferraba Coyán con desesperación, maldiciendo la falta de un remo... Todo hacía suponer que se estrellarían contra las rocas y tanto Coyán como la niña durmiente morirían ahogados.
Entonces todo el lago pareció levantarse y con una extraña fuerza resquebrajó las rocas y partió en dos la montaña para abrirse paso, avanzó luego implacable por el nuevo cañadón inaugurando un nuevo lecho.
Si bien se habían salvado de morir despedazados, la canoa se había perdido con los violentos movimientos del agua. Coyán tenía su cuerpo rígido de frío, estaba agotado por el esfuerzo y sentía pánico por lo que pudiera pasar. Pese al miedo, el valiente muchacho intentaba todavía mantenerse a flote sosteniendo fuera del agua la cabeza de Maitén. El lago seguía enloquecido y disponía de sus cuerpos como si fueran pequeñas ramas, los hacía hundirse y levantarse.
Finalmente, una gran ola los sumergió por completo y ya no emergieron. En su lugar, una vez calmada la tormenta, dos macáes se alejaron por el agua mansa, gráciles, plateados y brillantes como la misma espuma.
El espíritu del lago logró romper el hechizo de la machi: Maitén y Coyán nadan juntos, comparten su amor eterno.

martes, 25 de junio de 2013

La leyenda de la flor Edelweiss.



Allí, donde cada lugar es acariciado por un tenue manto helado, donde la nieve cubre las cumbres de las altas montañas y el frío recorre los valles y congela los lagos; allí, en un lugar perdido entre el paisaje de la enigmática Suiza, es donde cuentan que aquella historia ocurrió. Una historia que aun a pesar de haberse sucedido hace tantísimo tiempo, su significado ha hecho que no se olvide y que con cada nueva nevada su espíritu vuelva a resurgir.
Cuentan que él, joven y apuesto, se hallaba enamorado de una mujer, decían, de una belleza casi comparable a la pureza de la blanquísima nieve que cubría al pueblo cada invierno, de tez pálida, ojos grisáceos, cabellos blancos y rasgos finos y suaves, convirtiéndola en una albina extremadamente hermosa. Edelweiss, se llamaba.
Se encontraba Edelweiss recogiendo agua de la fuente cuando él se acercó y, tímidamente la cogió de las manos. Llevaba días escogiendo las palabras adecuadas para confesarle lo que sentía, pero ahora, bajo la hechizante mirada de esos ojos como la niebla, casi pareció olvidar por completo aquel discurso que se había aprendido de memoria y titubeando alcanzó a decir, de la manera más sencilla y sincera:

-No podría demorar por más tiempo, amada mía, el momento de confesarte todo aquello que por ti siento. Sufro cada noche y cada día de dolor por dentro, al reconstruir tu bello rostro no sólo cuando sueño, sino también a cada instante que cierro los ojos, pues, es este sentimiento tan grande e imparable que una tempestad que amenazase con arrasar el pueblo, no podría ni con toda su furia, llevarse un solo ápice de mi afecto. Ni siquiera toda la nieve de estas montañas que nos rodean sería capaz un solo momento, de apagar el fuego que hace latir cada uno de mis órganos al veros. Vengo a deciros, gentil Edelweiss, que os amo con todo mi ser.
Sorprendida pero halagada, entrecerró coquetamente los párpados, dejando solo entrever una pequeña parte de sus iris plomizos a través de sus largas pestañas. Recorrió su rostro mirándole silenciosamente dejando la otra de sus manos entre las de él. Sonrió tiernamente, y con un gesto en un tono totalmente diferente, habló con ironía:

-¡Oh, Amado mío! ¡Abrumada me hallo ante tanta galantería! Pero no me malinterpretes, puesto que recibo tus palabras con el dulce mensaje con el que las proclamas. No obstante, ¿No te parece que toda declaración debe estar acompañada de hazañas?

Abrió los ojos aturdido, y con firmeza volvió a apresarla entre sus manos, mientras dijo convencido:

-Hermosa Edelweiss, aquí, donde me veis, os pregunto ¿Qué es lo que queréis? Porque os aseguro que conseguiré todo aquello de lo que carezcáis si así consigo demostraros lo que profeso y conseguir aunque sea, una mínima parte de vuestro desvelo.

Sus finos labios sonrieron dejando ver una dentadura perlina y una melodiosa carcajada rompió la seriedad que los comprometía en ese momento. Después, alegó risueña:

-¡Enamorado mío! Os tomo la palabra y os digo, que si no es verdad que por mi amor lo que fuera haríais, este es el momento de que huyáis, porque el reto que os vengo a proponer no está al alcance de miedosos y cobardes.
La miró sin mediar palabra, dando a entender que quería escuchar atentamente su propuesta, excluyendo cualquier desliz en su rostro que pudiera romper el compromiso al que se entregaba. Ante la seguridad de él, ella prosiguió:
Cuenta la leyenda, que una noche, una de las estrellas de las que relucen en el cielo le lloró a la luna y le declaró que sentía envidia de todo aquello que vivía en la tierra y que deseaba abandonar el firmamento para convertirse en una flor. La luna sintiéndose despechada decidió vengarse enviándola al primer pico más alejado de la tierra que en ese momento divisó, eligiendo el Dufourspitze, la enorme montaña que custodia nuestro pueblo. Allí, la estrella, bañada por la nieve se transformó en una hermosísima flor de pétalos blancos, que siempre estaría sola en lo alto de la montaña. Es la llamada flor de las nieves.
Hizo una pausa y rompiendo el tono solemne con el que había narrado la historia, recuperó el matiz socarrón al decir:

-Si es verdad que por mi murieras, allá a buscar esa flor fueras… Y ya te aviso, que si no la consiguieras, tampoco mi amor obtuvieras.

El rostro del joven palideció un momento. Después volvió a recobrar color cuando sus mejillas se encendieron mientras oprimía los puños y apretaba los dientes. Sus ojos casi llamearon cuando juró:

-¡Por tu amor Edelweiss, yo te traeré esa flor!

Y se marchó con un firme caminar.
Dicen que pasaron muchos días y que el joven nunca regresó. También dicen que aunque ella reía todas las mañanas cuando la luz le descubría el rostro, por las noches, cuando nadie la veía, sollozaba y rogaba que él volviera junto a ella.
Acabó perdiendo el juicio, sin salir de casa y llorando amargamente todas las noches mientras contemplaba el Dufourspitze.
Su pena culminó una de aquellas frías y largas noches, en la que según cuentan las descendencias de los vecinos de aquel lugar, a las tinieblas salió, totalmente desnuda a buscarle, gritando su nombre hasta desgarrarse la voz.
Desde entonces en su honor, la flor de las nieves es llamada ahora Edelweiss y es símbolo del amor verdadero y eterno, como el de los dos jóvenes que murieron arropados por la nieve.